Relato- Joven Aventurero


Con el clamor del amanecer, con la luz del sol que rompía los girones de oscuridad un sentimiento embarga el corazón del caballero. Tal vez un lejano recuerdo, una excusa, una razón para comprender que era los que estaba haciendo.
La suciedad marcaba su maltrecha armadura, su hogar ya no era más que un lejano recuerdo tras los meses de aventura, lo único que le recordaba los buenos momentos pasados en su hogar era su caballo. Su caballo, el gran compañero en su aventura, sin quejarse, llevándolo allí donde lo requería sin mostrar signo alguno de cansancio.
Y allí, sentado sobre la arena de una playa, con el frio viento acariciando su armadura, no podía sino descansar después de todas sus aventuras.
Saco de sus alforjas aquello que le había impulsado a realizar esa aventura. Un mapa, un mapa sin ninguna marca, pero que había sido su mudo testigo en sus correrías. En él marcadas estaban todas las zonas que había explorado, que no resultaban pocas, pero todavía no había conseguido descubrir donde estaba el tesoro que tanto buscaba, que tanto ansiaba.
Aun recordaba cómo había comenzado su aventura, como esa bruja itinerante le había leído el futuro, como había predicho que, tras varios fallos, encontraría el mayor tesoro de su vida. Pero jamás debía mirar atrás, siempre debía continuar hacia adelante. El, que había comenzado como un joven aventurero sin más arma que un cuchillo, tras varios combates por fin había conseguido armas y armadura. Pero como la bruja le había aconsejado, siempre seguía la sabiduría de su corazón.
Una victoria temprana le había dado la seguridad de coger el camino más sinuoso cuando se le presentaron dos caminos a su elección, por un lado una bella pradera y por el otro un bosque tenebroso. En el bosque mil ojos le observaban, pero ningún enemigo surgía ante él. Finalmente llego a la primera ciudad que se encontró en su aventura. Grande fue su sorpresa cuando al entrar no encontró a nadie, al menos hasta que llego a una plaza abandonada.
Una figura con un gran mandoble le esperaba, un gran troll que se había asentado en la plaza sin más protección que su piel desnuda, que resultaba más dura que una armadura. Su caballo, su gran compañero, lo esperaba fuera de la plaza.
El aventurero afianzo los pies cuando su enemigo arremetió contra él. Consiguió esquivar las estocadas, pero poca esperanza tenia de derrotarle con una simple daga, atravesar su piel dura como el acero. Pero el troll, golpe tras golpe, se volvía más débil, y al fin, el aventurero descubrió una zona en la que su piel no le protegía, una pequeña hendidura a la altura del pecho. Ágil y veloz dirigió su daga hacia la zona, haciendo que el enemigo cayese inerte a sus pies.
Allí donde el troll se encontraba instantes antes sentado había un enorme cofre. El joven aventurero se acercó, ansiando que fuese su tesoro, pero en este no descubrió su ansiado tesoro. Dentro encontró una esbelta armadura. Ignorando los dolores y las numerosas heridas se puso la armadura y se dirigió hacia su caballo.
Su corazón como guía le llevo días después a entrar en una cueva. En las profundidades se oían ruidos extraños, y una furtiva sombra apareció, pero al instante desapareció al ver al joven aventurero con su esbelta armadura, ya manchada por la suciedad del camino. Algo brillaba allí donde había estado la sombra del enemigo huido, una afilada espada y un robusto escudo le esperaban.
Y su camino le llevo a la playa, desde la que veía su próximo objetivo. Un lejano castillo se alzaba, y ya armado y protegido, descansado y alimentado, podía acercarse a él tras conseguir armas y armadura, ya sin miedo podía avanzar.
Algo en su interior le gritaba que se encontraba cerca de su destino, aunque sabía que no iba a resultar fácil conseguir su tesoro, pues un último enemigo debería de enfrentar. Su caballo se negó a entrar al castillo, ya en ruinas y demacrado, no le quedaba otra que entrar a pie por los astillados portones.
Nada más entrar algo le ataco como un rayo, una gran cola de escamas que como un látigo actuaba. Ante el un dragón se erguía, lanzando rojizas llamas por su boca. El escudo resistía el calor y el fuego, como si hubiese sido creado únicamente para ese momento. Sus antiguas heridas volvían a sangrar, pero aun así, ciñendo su espada, al ataque se lanzó.
Pero duro era el rival al que se enfrentaba, en tamaño, fuerza y rapidez le superaba y ningún rasguño podía causarle. Una dura batalla comenzó, que parecía que no iba a acabar. Cada golpe volvía al joven caballero más débil, causando apenas rasguños a su rival.
Los propios escombros le servían de escudo cuando el dragón escupía sus llamaradas. Las horas se sucedían, su espada se encontraba en el suelo quebrada y únicamente contaba con el escudo. A sus espaldas la pared le presionaba y su rival se acercaba.
Entonces recordó las palabras que la bruja le había dicho, y miro hacia delante. Por fin, tras meses de búsqueda, frente a él su tesoro se alzaba, pero el dragón aún se encontraba en su camino impidiendo que llegase hacia él.
La locura embargo su mente, tan cercano al tesoro, y tan lejos de sus manos, no le quedaba más que atacar. Soltó su escudo, y cogiendo la daga con ambas manos se lanzó contra su enemigo. Nunca supo que es lo que paso, su rival, simplemente desapareció.
Por fin se encontraba frente a frente con su tesoro, y se acercó a él, pero este, cual ave veloz, al verlo acercarse huyo. El caballero corrió tras el tesoro, pero su armadura le entorpecía, únicamente podía hacer una cosa si quería conseguir su tesoro. La armadura que le había guardado la vida dejo atrás, en el quejumbroso castillo dejándola olvidada.
Por fin a su destino se podía acercar y el tesoro conseguía alcanzar. Mas este no estaba formado ni por oro ni por joyas, su tesoro era una bella dama que de su presencia huía. El cansancio ya ni lo notaba, únicamente su tesoro vislumbraba. Por fin, tras un rato la alcanzo y ella por fin le reconoció.
La armadura le había vuelto distinto, fiero, pero ante ella volvía a ser el joven apuesto, el aventurero que su destino encontraba. El destino encontraba pues era el amor lo que en el fondo buscaba.

José Carlos Ortega Díez (@EscritorOrtega)

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